En la
década de los noventa, cuando el arte conceptual reinaba y la pintura parecía
relegada a un segundo plano, Daniel Lezama emergió como un heredero de la tradición pictórica que narra historias visuales y reivindica el poder de comunicación del
lienzo.
Los borrachos. Daniel Lezama. 2001 |
Desde la tradición pictórica y como un
moderno chamán, Lezama se adentra en las profundidades del inconsciente
colectivo mexicano, transformando la realidad en un laberinto de símbolos y
alegorías donde la identidad nacional mexicana se revela en toda su complejidad y
riqueza.
Daniel Lezama: el lienzo como espejo del alma mexicana.
Daniel
Lezama ha consolidado una carrera prolífica, marcada por el reconocimiento
nacional e internacional, con obras de gran y mediano formato que se
caracterizan por una factura impecable y una narrativa visual que invita a la
contemplación y la reinterpretación.
Con su obra se
sumerge en el inconsciente colectivo mexicano, explorando los atavismos
sociales y los dualismos que definen la cultura nacional, como lo describe
Octavio Paz: lo permitido y lo prohibido, lo ideal y lo real, lo bello y lo
feo.
El proceso creativo de Lezama se basa en la observación de la realidad cotidiana,
transformándola en mitologías personales. Cada elemento en sus composiciones,
desde los personajes hasta los objetos y la vestimenta, se coloca
meticulosamente para construir un significado simbólico. El espectador se ve
invitado a descifrar las metáforas visuales y a participar en la construcción
de la narrativa.
Daniel
Lezama y los Atributos de su obra.
Formado
bajo la tutela de su padre y la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la UNAM,
Lezama desarrolló un estilo propio que se inspira en la realidad mexicana,
transformándola en alegorías visuales impregnadas de simbolismo y una profunda
reflexión sobre la identidad nacional.
Al igual
que los muralistas mexicanos, Lezama utiliza el arte como herramienta de
reflexión social, como un espejo que nos enfrenta a nuestras propias
contradicciones y nos invita a cuestionar las estructuras de poder. Sus obras,
como las de Siqueiros o Rivera, son un grito de libertad, una denuncia de la
injusticia y la desigualdad, pero también una celebración de la vida, la pasión
y la resiliencia del pueblo mexicano.
La
intertextualidad con la historia del arte es evidente en su obra. Las
composiciones barrocas, con su dramatismo y claroscuro, nos recuerdan a
Caravaggio. La crítica social y la ironía nos evocan a Goya. La fuerza expresiva nos remiten a Orozco. Sin embargo, Lezama no se limita a regurgitar la tradición, sino que crea un lenguaje propio, una estética única que se nutre
de lo que la antecede pero que mira hacia el futuro, con un enfoque que se centra en
lo “mexicano”, explorando las historias no oficiales, los sueños, los deseos y
las realidades sociales del país, todo bajo una perspectiva existencialista.
Y como un
arqueólogo de la psique, excava en las capas profundas de la memoria colectiva,
revelando los mitos y leyendas que subyacen a nuestra identidad. Sus obras son
un viaje al inframundo de la cultura mexicana, donde lo prehispánico se funde
con lo colonial, lo católico con lo pagano, lo popular con lo erudito.
Los
Borrachos: un Retrato de Familia.
Los
lienzos de Daniel Lezama se convierten en escenarios donde lo cotidiano se
transforma en mito, donde la realidad se funde con el sueño y la fantasía. Los
personajes, extraídos de la vida diaria, se convierten en arquetipos, en
símbolos de una identidad que se debate entre la tradición y la modernidad,
entre la luz y la sombra, entre lo sagrado y lo profano.
Un
ejemplo de esta rica narrativa visual se encuentra en la obra Los
borrachos, un óleo sobre tela de 170 x 130 centímetros, realizado en 2001, que forma parte de la colección Pago en Especie de la
Secretaría de Hacienda y Crédito Público del Gobierno Federal de México.
La
escena, de una familia sumida en la pobreza y el alcoholismo, se desarrolla en
una habitación humilde, atiborrada de elementos que generan tensión. La luz,
proveniente del televisor y de una fuente externa, juega un papel fundamental
al iluminar selectivamente a los personajes y otorgarles volumen.
El padre
duerme en un sofá con su hija semidesnuda en el regazo, ambos bañados por la
luz del televisor, mientras el hijo observa a su madre, también semidesnuda,
acostada en la cama en un segundo plano. La botella de licor y los vasos vacíos
refuerzan el título de la obra y la sensación de abandono y desolación. Los
detalles de la habitación, como las paredes sin terminar y la pequeña ventana,
acentúan la precariedad de la situación.
Los borrachos, como muchas obras de Lezama, no ofrece respuestas fáciles,
sino que invita al espectador a reflexionar sobre las complejidades de la vida
y la sociedad mexicana. Sus creaciones son espejos que reflejan las realidades
ocultas, los deseos reprimidos y las contradicciones que definen la identidad
nacional.
Por su intimismo, Los borrachos hace referencia al ámbito de lo privado que ocurre en muchos hogares mexicanos: a la precariedad que solamente puede ser superada mediante la privación de la consciencia alcoholizada.
Esta escena, como muchas que caracterizan la obra de Lezama, desafía las tendencias contemporáneas al reivindicar la pintura como un medio para la narrativa y la reflexión. Su obra, impregnada de una profunda conexión con la realidad mexicana, invita a la contemplación y a la reinterpretación, ofreciendo una visión única de la identidad nacional en la era postconceptual.