Las manos
de un hombre controlan el universo. O al menos eso parece en el icónico mural
de Diego Rivera, una obra que no solo desafía las leyes de la física, sino que
nos confronta con preguntas sobre el poder, la creación y el destino de la
humanidad. ¿Quién es este hombre y qué nos quiere decir Rivera con su imponente
figura?
El hombre controlador del universo. Diego Rivera. 1933
Un microcosmos de ideologías.
El mural El
hombre controlador del Universo, también conocido como Hombre en la
encrucijada, no nació en un lienzo cualquiera. Su historia comienza en el
Rockefeller Center de Nueva York, comisionado por la familia Rockefeller en
1933. Sin embargo, la visión de Diego Rivera chocó con la ideología capitalista
de sus mecenas. En el corazón del mural, Rivera plasmó la imagen de Lenin,
líder de la revolución bolchevique, generando una polémica que culminó con la
destrucción del mural original.
Enfrentándose
a la censura, Diego Rivera decidió replicar la obra en el Palacio de Bellas
Artes de la Ciudad de México un año después. Esta versión, la que podemos
admirar hoy en día, no es una simple copia, sino una declaración aún más
contundente. El artista amplió su mensaje, incluyendo figuras como Darwin, Marx
y Trotsky, creando un microcosmos de ideologías que confrontan al espectador
con las tensiones políticas y sociales de su tiempo.
Ciencia, política y espiritualidad: un crisol de símbolos.
En el
mural, el hombre del centro, con su mano sobre un globo terráqueo, no es
simplemente un individuo. Es la representación de la humanidad en su conjunto,
con el poder de controlar su propio destino. Sus manos, colocadas sobre un
complejo mecanismo de engranajes y palancas, simbolizan la capacidad del hombre
para manipular las fuerzas de la naturaleza y utilizarlas para su beneficio.
La
ciencia y la tecnología, representadas por telescopios que apuntan al cosmos,
engranajes que evocan la maquinaria industrial y células que se dividen bajo la
atenta mirada de un microscopio, se fusionan con la política y la lucha de
clases. Figuras icónicas como Lenin, símbolo de la revolución proletaria, y
trabajadores en plena faena, con sus rostros marcados por el esfuerzo y la
determinación, evidencian la lucha social que impregnaba el contexto histórico
en el que Diego Rivera creó la obra.
Pero la
obra no se limita a lo terrenal. Elementos del cosmos como la Vía Láctea,
representada con una luminosidad casi celestial, y nebulosas de colores
vibrantes se integran a la composición, evocando una dimensión espiritual que
trasciende el materialismo científico. La espiritualidad, presente en la mirada
del hombre que se alza en el centro del mural, se manifiesta como una fuerza
intangible que guía la mano del hombre sobre el timón del universo.
El
hombre, con su mirada fija en el espectador, parece interpelarnos directamente,
cuestionando nuestro rol en la construcción del futuro. Sus ojos, profundos y
desafiantes, nos preguntan: ¿hacia dónde dirigimos nuestro destino?
¿Utilizaremos el conocimiento para el progreso o la destrucción? La respuesta,
sugiere Diego Rivera, está en nuestras manos.
Más allá del control: un llamado a la reflexión.
La
controversia que rodeó al mural El hombre controlador del Universo es un
reflejo contundente del poder del arte como herramienta de crítica social y
política. Diego Rivera, con su visión audaz y comprometida, no solo creó una
obra estéticamente impactante, sino un manifiesto visual que desafió las normas
establecidas y provocó una profunda reflexión sobre las fuerzas que moldean
nuestro mundo.
La
inclusión de Lenin en la primera versión del mural, comisionada por la familia
Rockefeller, generó un escándalo que culminó con la destrucción de la obra.
Este acto de censura no hizo más que amplificar el mensaje de Diego Rivera,
convirtiendo el mural en un símbolo de resistencia contra el poder hegemónico y
la imposición de ideologías.
La
versión recreada en México, lejos de amilanarse, amplió su crítica social,
integrando figuras como Marx y Trotsky, además de escenas que denuncian la
desigualdad social y la explotación laboral. El mural se convirtió en un grito
de protesta, un llamado a la consciencia sobre las injusticias que aquejaban a
la sociedad de su tiempo, y que, lamentablemente, aún persisten en el presente.
El hombre
controlador del Universo plantea preguntas cruciales que resuenan con
fuerza en el presente. Observando la obra, somos invitados a reflexionar sobre
nuestro lugar en el mundo, la responsabilidad que conlleva el conocimiento
científico y tecnológico, y el impacto de nuestras decisiones en el futuro de
la humanidad. La obra, como un espejo de nuestra propia complejidad, nos
confronta con la necesidad de construir un futuro más justo y equitativo, donde
el conocimiento sea utilizado para el progreso social y no para la dominación.